lunes, 14 de marzo de 2016

Relatos de Tamriel Capítulo I Las Fauces de Oblivion

                                                       RELATOS DE TAMRIEL

Capítulo I 

Las Fauces de Oblivion


 Nos encontramos en los últimos días de la Tercera Era. Ya habían pasado varios días desde que el Héroe de Kvatch partió de Bruma en busca de aliados para defender la norteña ciudad del gran asedio que estaban planeando los dremoras. Dejó la defensa de Bruma a cargo del capitán de la guardia, Burd, a quien con un puñado de guardias más les enseñó cómo cerrar los peligrosos portones de Oblivion hasta que regresase con los refuerzos.

 Pero un precioso Fredas al anochecer, antes de que las lunas de Masser y Secunda asomasen con todo su esplendor, otro dichoso portón de Oblivion emergió a las afueras de la ciudad, al sureste de ésta. Ya era el quinto de aquella semana. El capitán Burd como de costumbre ante aquella situación, reunió a la guardia en reserva con suma celeridad. Pero esta vez estaba más preocupado de lo normal, y todos sabían a qué se debía: los hombres cada vez llegaban más agotados, en alguna ocasión menos de los que partieron y aquella situación pronto se haría insostenible. Los dremoras eran infinitos, y los guardias de Bruma un destacamento de hombres cada vez más reducido y mermado. Sin embargo, mientras el capitán Burd siguiese acompañando a cada partida de guardias a cerrar los portones, nadie se echaría atrás. 


 Por otro lado, Bruma esperaba y esperaba los preciados refuerzos de las urbes vecinas, de las cuales todavía no había llegado ninguna ayuda, no mientras sus ciudades se viesen claramente amenazadas por los portones daédricos. Aún así, el capitán Burd se aproximó al nuevo portón con diez hombres más, pues el resto estaban heridos o exhaustos de su último enfrentamiento contra los dremoras. El cielo se tornó en sangre alrededor del portón y una furiosa tormenta disimulaba el rechinar de las armaduras de los guardias, quienes aprovechando tal factor, tomaron posiciones y aguardaron cautelosos, listos para emboscar tras unos arbustos, a los viles soldados de Oblivion. Surgieron del portón dos dremoras, un hechicero y un guerrero junto con tres diablillos. Un grito de ataque resonó en el lugar y a continuación, el capitán Burd y sus diez valientes cayeron sobre los indeseados invasores como un rayo. Antes de que pudiesen reaccionar, los dremoras y sus retorcidos esbirros yacían en el suelo sin vida. Esa había sido la parte sencilla del plan, ahora comenzaba la difícil: adentrarse en Oblivion, entrar en la gran torre más próxima y una vez allí, alcanzar la cima de la estructura y tomar la piedra que se ubicaba allá para así quebrar el vínculo establecido entre la gran torre y el portón, cerrándose éste y regresando Burd y los guardias a Bruma. 


 Se plantaron frente a tal maligna puerta, la cual parecía emanar el más ardiente de los fuegos, asemejándose a un espejo infernal cuyo reflejo sólo mostraba una pequeña parte de lo que se encontraba más allá de sus llamas. Algunos de los guardias todavía vacilaban, hasta que el osado capitán Burd daió un paso al frente y cruzaba el portón sin pensárselo dos veces. Allí, en aquellas llanuras de muerte, lava, sangre y terror, unos cuantos diablillos que hacían guardia les atacaron, pero los guardias guiados por Burd se deshicieron de ellos con suma facilidad. Sin pausa alguna, los once extranjeros de aquel pérfido lugar pusieron rumbo a la gran torre que se plantaba desafiante ante ellos a tan sólo unos reducidos centenares de metros. Por el camino se abrieron paso como pudieron derrotando dremoras y más diablillos por igual hasta las puertas de tal siniestra torre perdiendo a dos hombres por el camino.

 Burd y sus ahora ocho hombres sin tiempo para lamentar la pérdida de sus fallecidos camaradas, irrumpieron en la gran torre echando las puertas abajo. Una vez dentro, se precipitaron hasta la cima todos juntos, pero por cada estancia en la que entraban en su cruzada hasta la cima, perdían un hombre, uno tras otro, hasta quedar Burd y cuatro guardias. Los aguerridos dremoras no estaban dispuestos a renunciar por sexta vez a la destrucción de Bruma, y con ella en llamas, a su victoria total. Pero el capitán Burd y los cuatro restantes no podían flaquear, ahora no. El Héroe de Kvatch andaba por ahí fuera combatiendo el sólo a los dremoras en busca de la ayuda de las ciudades vecinas. Pero si Bruma caía antes de que eso sucediese, todo habría sido en vano.

 Así pues, armados con gran valor, Burd y los cuatro alcanzaron por fin la tan preciada cima de la gran torre, en cuya cámara superior, yacía la piedra de Oblivion canalizando la oscura magia de la torre con el portón. Burd se lanzó corriendo y subiendo por una de las dos escaleras directo hacia la piedra de Oblivion a la vez que se ocultaba detrás del cadáver de un dremora de las descargas de fuego lanzadas por los pérfidos hechiceros que custodiaban dicha estancia. Por las otras escaleras, los cuatro guardias ascendieron en formación de bloque juntando sus escudos y haciendo de ellos un muro de acero. Al llegar a la cima, Burd se lanzó presto con un salto sobre un guerrero dremora que custodiaba la piedra de Oblivion. 

 Al arremeter contra el dremora, el siniestro guerrero retrocedió un paso atrás esquivando la acometida del capitán, quien previsor de tal maniobra, recurrió a sus últimas fuerzas y le golpeó en el costado con la empuñadura de su mandoble, para a continuación girarse con gracia y ensartarle por completo con su ensangrentada hoja en el tórax. Sin embargo, el brutal guerrero no era un dremora cualquiera, sino un "kynmarcher", es decir, un oficial dremora de alto rango, un comandante encargado de administrar la  oscura torre y las acciones de ese sector. En líneas generales, un tipo equipado con una pesada y gruesa armadura, un ser bastante duro y de enorme fiereza a con el que a nadie le gustaría toparse. El kynmarcher agonizó y se retorció de dolor unos muy breves segundos. Con un enardecedor grito de furia, empujó hacia atrás con gran fuerza al perplejo capitán, quien había bajado la guardia ante la sorpresa de que su adversario todavía seguía en pie. Al caer al suelo intentó levantar su mandoble en vano, pues uno de los robustos pies del poderoso kynmarcher se lo impedía. Burd, sin apenas fuerzas y derrotado en el suelo convencido de que había llegado su hora, cerró los ojos con decepción esperando su final. Pero los volvió a abrir al oír un segundo estruendoso grito de dolor de su monstruoso adversario. Uno de los cuatro guardias que aún seguían con vida le clavó en el pecho su espada. Durante un instante éste quedó inmóvil, sólo para desenvainar su chillo sin apenas parpadear y clavárselo al guardia en el diafragma. En cuestión de segundos, sangre emergía de la boca del osado guardia quien aún sostenía su espada clavada en el interior de la bestia a la vez que se le escapaba la vida, Finalmente y sin previo aviso, Burd decapitó con fuerzas de flaqueza al mortal kynmarcher. Ya nada se interponía entre los guardias y la dichosa piedra mágica. Asistieron sin suerte a su valiente compañero quien se despidió de ellos con unas breves palabras antes de expirar su ultimo aliento. Agarraron la piedra y regresaron a Bruma frente a un recién cerrado portón de Oblivion, del cual sólo quedaba su estructura. 

 Al estar de nuevo en casa, se encontraba frente a ellos el capitán de la guardia de Cheydinhal seguido de su destacamento de guardias, quienes fueron a prestarles su ayuda de inmediato. El capitán Ulrich Leland de la guardia de Cheydinhal le informó a Burd de que venían a prestarles su ayuda en el gran asedio que estaban preparando los daedras sobre Bruma, al igual que el destacamento de guardias de Chorrol estaban de camino y que el destacamento de Bravil, el cual se les uniría en breve según las peticiones del Héroe de Kvatch. Burd no tenía palabras más que las de agradecimiento tanto para el capitán Leland y como para el Héroe de Kvatch. En este último asalto al portón habían perdido a muchos buenos hombres y cualquier ayuda por pequeña que fuese era bien recibida. 

 La ayuda a Bruma por fin llegaba y poco a poco las filas de hombres para defender aquel lugar de los daedra aumentaban. Ahora sí que había esperanza no solo de salvar Bruma sino de salvar también  Tamriel de aquel gran mal. El Héroe de Kvatch pronto se les uniría a ellos junto con Martin Septim y los Cuchillas. Sin embargo tampoco había que la batalla definitiva  por Bruma aún estaba por comenzar.


 Y hasta aquí nuestro primer capítulo del apartado Relatos de Tamriel, espero que hayáis disfrutado de este relato tanto como yo de su realización. Ya sabéis, si os gustado seguid visitándonos y no dudéis en comentarnos dudas y opinar. 

 Un saludo a todos y que el Emperador os guarde.




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